Por Pilar Vélez Zamparelli
Recuerdo aquellos días cuando reinaba el optimismo entre los inmigrantes hispanos frente a las noticias del último censo de 2010 que, con bombos y platillos, revelaba el gran poder que teníamos los hispanos en los Estados Unidos: representábamos la mayoría de la población en 30 ciudades del país y además éramos mayoría en California, Nueva Jersey, Texas y Florida. Sin duda, los reportes eran alentadores para nuestra comunidad y generaron ilusiones en cuanto a la posibilidad de legalizar a los indocumentados y la creación de nuevos planes que contribuyeran al desarrollo y bienestar de los hispanos.
Después del censo de 2010, se pudiera decir que todo continúa igual, que siguen llegando inmigrantes, -con documentos y sin ellos- y que sigue en vigencia la política de deportaciones, la cual conlleva a la destrucción de familias y a más miseria, pues no existe voluntad política que haga realidad la tan ansiada ley de amnistía para los indocumentados. Siguen los debates y las promesas, las leyes y las marchas de extremo a extremo del país, paralelo a las medidas de quienes tienen el poder para “controlar” el flujo migratorio, tema que genera temor, si se tiene en cuenta la posición de varios candidatos con miras a ejercer la presidencia del país. Esta es la realidad de los inmigrantes en los Estados Unidos y de muchos países que sufren el fenómeno de la inmigración en un mundo que globaliza todos los problemas y que debe evolucionar con políticas constructivas que brinden soluciones humanas a las problemáticas actuales. Cuando se levanta una muralla o una cerca, se separan dos mundos.
El crecimiento acelerado de la población hispana en los Estados Unidos, significa una preocupación para muchos estadounidenses, en especial para algunos políticos: la demografía del país ha cambiado sustancialmente y en una veintena de años a futuro, se proyecta que el panorama de los Estados Unidos va a tener una influencia predominantemente hispana. Se trata de una realidad y los hispanos que residimos en este país debemos prepararnos y unirnos para afrontar esta responsabilidad pues no se trata solamente de vivir en este país para trabajar o ser considerados ciudadanos de segunda clase, sino para ser parte integral de una sociedad multicultural que respeta los derechos humanos y está en contra de la discriminación.
Por esto, cuando un poeta como Luis Alberto Ambroggio levanta su voz con un libro como “ESTADOS UNIDOS HISPANO”, hay que escucharlo. En esta obra, él logra desmantelar con hechos fehacientes el discurso que sostiene Donald Trump y de otros que piensan como él, en contra de los inmigrantes. Los hispanos hemos contribuido a la historia y al progreso de los Estados Unidos. Qué bueno sería que esta obra llegase no solo a los anglosajones sino también a muchos de nuestros hermanos hispanos que, al parecer, sufren de amnesia, pues olvidaron que ellos o sus padres cruzaron la frontera o el charco, cuando ingresaron a este país o que fue gracias a una visa de asilo político o de trabajo que lograron establecerse y quedarse. Estados Unidos Hispano revela la luz de ese prisma cultural que es la hispanidad y el tesón de nuestra comunidad para salir adelante en la nación norteamericana.
El Dr. Luis Alberto Ambroggio, Presidente de la Delegación de Washington de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, Correspondiente de la Real Academia Española (RAE), visitó nuestra ciudad con motivo de la presentación de su libro “ESTADOS UNIDOS HISPANO”, el pasado viernes 12 de febrero a las 6:00 PM en la UAC, -Global Management School localizada en la siguiente dirección: 7955 NW 12 Street, Suite 19, Doral FL 33126, gracias a una invitación de la Hispanic Heritage Literature/Milibrohispano.org, la Fundación Latinoamericanos Unidos y AIPEH Miami, Capítulo de la Asociación Internacional de Poetas y Escritores Hispanos, entre otras organizaciones que se han unido a esta convocatoria.
PAISAJES DE LOS ESTADOS UNIDOS
Por Luis Alberto Ambroggio
Si cada ladrillo hablara;
Si cada puente hablara;
Si hablaran los parques, las plantas, las flores;
Si cada trozo de pavimento hablara,
Hablarían en español.
Si las torres, los techos,
Los aires acondicionados hablaran;
Si hablaran las iglesias, los aeropuertos, las fábricas,
Hablarían en español.
Si los sudores florecieran con un nombre,
No se llamarían piedras, sino Sánchez,
González, García, Rodríguez, José o Peña.
Pero no pueden hablar.
Son manos, obras, cicatrices,
Que por ahora callan.
O quizás ya no.
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