Presentacion Soles Manchandos en la JFK Public Library

 

 

Prológo

De la poesía de Pilar Vélez o el tatuaje como poema

Por Winston Morales Chavarro

Pilar Vélez es una poeta colombiana que toma de la poesía eso que sólo a la poesía le pertenece. Lo de ella es un recordarse a través de las palabras, traer desde su escritura esos elementos atávicos que definen a quien ambiciona el fuego iniciático del poema. Digamos que con la palabra, Pilar recupera eso que para Octavio Paz era tan importante en la creación: la poesía como conocimiento, salvación, poder, abandono. Y esto lo vemos en sus poemas, en sus búsquedas individuales que se emparentan con una necesidad colectiva de sabernos humanos. Pilar recupera el fuego, comienza por dibujar su ruta, inventa un paisaje, que, en el fondo, es la ruta de muchos, el paisaje de pocos.

Arranqué con furia las páginas grabadas
Escribí en mi espalda
Me dibujé la ruta inventé un paisaje
Ahuyenté de mí
El mal presagio
Y los soles manchados
Que trazaban mi destino

En la consecución de un territorio poético, Pilar Vélez nos habla de unos elementos que suelen ser cotidianos en la escritura de infinidad de poetas, pero que no dejan de ser fundamentales en nuestra condición como seres vivos. Su poesía invita al viaje, al regreso, a devolver la mirada a una tierra ancestral que gravita y bulle bajo nuestros pies; ella sabe que hay imágenes estampadas en el tiempo, en esa fuente básica de la infancia del mundo, cuando los seres humanos comenzaron a hallar en la poesía una herramienta de visión y audición para entrar en correspondencia con las estrellas, los árboles, los ríos, la noche.

Ayúdame a recordar el sonido y lo que fuimos
No hay historia
Solo imágenes que relampaguean
Perdidas en los primeros trazos
De esta fuente que era el alma
Juntos reclamamos la existencia
El derecho a la palabra
Árboles que descascaran la piel
Para atestiguar el tiempo

Pilar recupera, a través de su vuelo creativo, de su estro poético, eso que a veces se enmudece para los hombres por culpa de los ruidos monocordes de la existencia. Entonces esa plenitud que en ocasiones nos es tan extraña y esquiva, que se vuelve ajena ante tanta perorata intrascendente, regresa por los caminos de su escritura; por lo menos esa es una de sus preocupaciones. Su poesía recobra un importe especial, un importe que concatena lo pasado con el presente, permitiéndole una mirada holística de la vida, de las cosas, de los hechos del mundo. La poeta se vuelve una prestidigitadora que remueve las cosas ocultas, los velos de antiguos ropajes, poniendo los objetos del mundo en la dimensión más cercana y transparente.

Poco podía llevar en estas manos
El recuerdo de este nombre
Que bien pudo ser otro
Cualquier otro

Respiración que motiva la aprehensión de lo suprasensible, ejercicio intuitivo en aras de lo elemental y lo elevado. Ese es el misterio que revela la poesía, ese es el misterio que revela la poeta. Una poética que nos invita a perpetuar el canto; esa manera ligera de conectarnos con el pulso misterioso y ultraterreno de la escritura.

Temí el adiós antes de nacer
Temí mis muertes
Ese adiós sin espacio ni latidos
Sin tiempo
Eras
Ese nudo débil que ata el aire
Un olor a cicuta que espera la partida
Cerré los ojos
A los arreboles prestados
Me quedé sin rostro y sin color
Dejé que el viento se llevará
La carne y la memoria

WINSTON MORALES CHAVARRO
CARTAGENA DE INDIAS.

 

 

A la sombra de los Soles Manchados

He retornado a este libro de Pilar Vélez, como un náufrago, como un viajero de muchos mares, que por un instante necesita poner su mano en visera para vislumbrar lo que ha dejado atrás, sus remos vehementes. ¿Y que he encontrado?: otro mar, un Mediterráneo, más sereno, más reposado que los febriles océanos con huracanes y tsunamis. Aquí la palabra no juzga, no sentencia, se integra al viento del universo, con su tiempo inexorable, que teje amor y desamor, como una Penélope contemporánea que conoce la magia, pero también, el límite:

  la palabra en la ausencia
  dándonos el ala que nos falta

Justo en ese límite, como un interregno propicio, se prende la ilusión, el fulgor del otro:

  hora en que el universo
  se abre en ventanales para verte

Entonces el Mediterráneo alcanza su equilibrio, su mediasombra bajo soles manchados:

   tu paz
   se ha llevado mis sombras 

Viene el contraflujo, la baja marea que advierte a la artista sobre la fugacidad del instante, lo efímero del vuelo que, como Ícaro, ella misma ha inventado, para sobreponerse:

    su belleza es un espejismo

 

   aprendí a caminar las huellas del exilio
   ebria en tu espejismo

 

Grato para mí, ocioso lector, encontrar que las fuertes pasiones humanas: amor, desamor, deseo, pérdida, lucha, permanencia, pueden cifrarse con un mínimo de conmoción sentimental, con la naturalidad  de la hoja que cae en otoño o el río que, desapasionado, retorna al mar:

 

   árboles que descascaran la piel
   parar atestiguar el tiempo

  

   acompañaré al recuerdo
   de esos que se amaron ingenuos
   en los despertares de la carne

   

   soy una mujer recién salida de la concha
   libre para regocijarme
   en el tiempo

   

   te dejo mi vacío
   el abrazo que faltó 

Por eso, esta nueva navegación en los versos de Pilar Vélez, me ha corroborado que bajito se escucha mejor, que un gesto, un roce de ala, una tenue caída de tarde, son más elocuentes que los excesos verbalistas. El molino ya no está, pero el viento sigue todavía, nos cinceló con sabiduría Vincent van Gogh, y es justo ese viento, apenas perceptible, apenas insinuado, el que mejor nos ata a la tierra, sus dones y sus vacíos:

   dejé que el viento se llevara
   la carne y la memoria

 

   este viento ensañado
   en hacer polvo a la oruga

 

Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz,

Santiago de Cali, junio 3 de 2014

 

 

 

 

 

 

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